Martes, 11 de Septiembre de 2001. Ayer fue el décimo aniversario de este funesto acontecimiento. Ha habido a lo largo de la semana pasada una gran saturaci´n de conmemoraciones, inguraciones, documentales y reporatjes especiales en referencia al peor atentado terrorista de la historia. Por eso he esperado a que esta vorágine haya pasado para escribir esta entrada.
Además, yo no lo voy a enfocar como un sesudo análisis de lo acontecido a lo largo de la década, sino me voy a centrar en la faceta personal, en cómo lo viví.
La primera noticia de choque del primer avión a la torre norte del World Trade Center la recibi después de comer, cuando me disponía a dormir una reparadora siesta. Estaba disfrutando del descanso de mis exámenes de septiembre, y al oír la noticia, no le dí la más mínima importancia. En primer lugar, la noticia hablaba de que era sólo una avioneta, y ya se había estrellado un B-25 contra el Empire State Building en 1945, sin mayores consecuencias que unos desgraciados fallecimientos y unos meses de reparaciones. Así, me fui a la cama.
Pero en el duermevela, antes de quedarse profundamente dormido, oigo a mi hermano: ¡Se ha estrellado otro avión en las Torres Gemelas!, y entonces, de un salto, me levanté. Ya sabía que eso era un ataque terrorista en toda regla.
Y así estuve contemplando el drama desde el salón de mi casa, a través de esa ventana al mundo que es la televisión. Las imágenes desgranaban una realidad impensable. Enseguida aprendí a distinguir la torre norte de la torre sur gracias a que la norte tenía una enorme antena de telecomunicaciones. Después, la noticia de que otro avión se había estrellado en el Pentágono. Esto ya me desmarcó: cualquier lugar de EEUU podía ser atacado.
Se produjo el derrumbe de la torre sur y se me cayó el alma a los pies. En ese instante supe que los muertos se iban a contar por miles. En el World Trade Center trabajaban usualmente 30000 personas. Con que el 10 % hubiera estado....El cálculo era fácil.
Hubo rumores incluso de que el Capitolio estaba ardiendo. Pero luego llegó la noticia de la caída del vuelo United 93, y como el espacio aéreo fue cerrado de inmediato, hubo más tranquilidad.
Estaba viendo la televisión, cuando también se colapso la estructura de la torre norte. Al principio, en mi casa creyeron que era la repetición de la caída de la primera torre, pero les saqué de su error. Las Torres Gemelas no eran más que una inmensa nube de polvo y escombros.
Una de los recuerdos más curiosos es cómo la ficción audiovisual esculpe la forma de ver el mundo. Todos acontecimientos parecían irreales porque iban muy lentos. En las películas, las cosas transcurren a mayor velocidad.
Ese día me fui a la cama sabiendo que el mundo había cambiado para siempre.
Terminó este triste recuerdo con un poco de esperanza: la frase que dice la voz en off de Hugh Grant al principio de la película Love Actually: "que yo sepa, ninguna de las llamadas desde los aviones que se estrellaron el 11-S fueron de odio o venganza, todas fueron llamadas de amor".
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