He tenido el inmenso placer de haber visto ayer The Artist. Una película muda y en blanco y negro. Pero que ha arrasado en los festivales y salas de todo el mundo, tanto con la crítica como con el público. Porque es maravillosa.
Hablar de esta película va a ser largo. Y es que tengo tanto que contar que seguro que se me olvidan cosas. Antes que nada, la trama:
Hollywood, 1927. George Valentin es una estrella del cine mudo. Rico, famoso y admirado, se cruza en su vida una joven aspirante a actriz, Peppy Miller. El flechazo es mutuo e instantáneo, pero el matrimonio de él y su deferencia hacia una joven les impide ir a más. Entre tanto, el cine sonoro llama a las puertas de los estudios, conduciendo a Valentin al abismo del olvido y a Peppy al estrellato. Pero nunca se olvidan el uno del otro....
Primero, quitarse el sombrero, cráneo incluido, ante el director y guionista Michel Hazanavicius. Hay que tener, sí, lo digo, un par de cojones para llevar a cabo un proyecto semejante, y encima salir triunfante. Si sólo hubiera osadía ante su elección creativa de rodar una cinta muda, no sería para tanto. Pero es que opta por una narración en elipsis que es deslumbrante. Y por no hablar de su dirección de actores, imprescindible en una película en la que las imágenes son la única fuente de narración. Cada plano destila calidad, talento y un amor por el cine que imana al público.
Porque, hablando de público, éste es un film para ver en el cine. Y no por contemplar espectaculares explosiones o luchas con saltos. Hay que verla en una sala oscura compartida por otras personas para respirar, vivir el ambiente que la película crea. Al ser muda, sin efectos sonoros, sólo la banda sonora, la gente no puede hablar, comentar, hacer mucho ruido sin destacar en exceso. Esto favorece una concetración total en la trama, en imbuir a los espectadores en la historia. De verdad, esta película trasciende el celuloide.
Como no podía ser menos, la banda sonora es soberbia, casi por necesidad. Aunque las imágenes son el principal vehículo del relato, la música tiene como propósito azuzar nuestros sentimientos y que empaticemos con los personajes y sus vivencias. Y en esta cinta es una piedra angular toda la ambientación musical.
En cuanto a otros apartados técnicos, la fotografía en blanco y negro es impecable. Aquí tengo que recordar la labor de redescubrimiento de esta categoría por parte de Janus Kaminski en La Lista de Schindler. Incluso el film que nos ocupa tiene el detalle de distinguir las escenas de las películas que se exhiben con un filtro para que las veamos como normalmente las hemos visto las cintas de esa época.
También mencionar el vesturario, los estilos de peinado, la ambientación cuidada al detalle....
He dejado para el final hablar de los actores. Pero eso no significan que no sean brillantes. Muy al contrario. La pareja de actores protagonistas, Berenice Bejo, lo bordan. La expresividad de sus ojos y labios transmiten todo lo que necesita la historia. Magnífico contraste entre la contención de los sentimientos de él y la gestualidad de ella. Y los secundarios, entre los que se encuentran actores de la talla de James Cromwell, John Goodman y Penelope Ann Miller, dan consistencia a la trama que se narra. Y un perro, elemento cómico y heroico de la película.
Un detalle fantástico: las arrugas, el gran enemigo a batir por parte de las estrellas del Hollywood actual a base de estiramientos, botox y ácido hialurónico, en el cine mudo es una virtud. Porque las arrugas de los rostros nos hablan y nos dicen las cosas que el diálogo inexistente no puede.
Aunque la base argumental de la película es el amor que se profesan los protagonistas, pero también trata la dolorosa transición que supuso para la industria cinematografica el paso del mudo al sonoro, ya tratado en la obra maestra Cantando bajo la lluvia. Pero eso es desde la perspectiva histórica. La trama ofrece un homenaje constante a la lealtad y a las razones para ella.
La película puede ser disfrutada por todo tipo de público, de todas partes, porque cuenta una historia universal. Y además, como no tiene diálogos, se ve en versión original. Pero la disfrutarán especialmente los cinéfilos como yo. Desde el primer plano de los títulos de crédito vamos descubriendo detalles que sólo los que hemos visto cientos de películas, tanto clásicas como modernas, podemos detectar. Y esto supone una delectación intensa. Se sienten escalofríos de placer como cuando contemplas un paisaje espectacular o miras a los ojos a la persona amada.
Así que si quieren descubrir porque se dice ¡Qué grande es el cine!, vayan a verla. Dejen fuera de la sala sus prejuicios contra el cine mudo y en blanco y negro, liberen sus mentes, y dispóngase a disfrutar de 100 minutos en el que las lágrimas y las risas fluyen juntos, y la vida se torna más hermosa y feliz.
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