A todo lo expuesto en la anterior entrada, hay que sumar el deteriodo de la situación social respecto a la educación. La pérdida de autoridad del profesor, consagrada por las leyes educactivas, es una de las manifestaciones más evidentes del declive en las aulas.
En la actualidad, un docente en el aula carece de las herramientas más básicas para el ejercicio de la disciplina. Esto conlleva un estrés terrible en el profesorado y un perjuicio constante en la instrucción recibida a los alumnos, sin contar la mala convivencia escolar.
Por si esto fuera poco, cada vez más padres menoscaban la labor docente apoyando las conductas disruptivas de sus hijos en vez de reprenderles y otorgar al profesional de la enseñanza un refuerzo moral. No es de extrañar que ésta sea una de las profesiones con más bajas por depresión. Y este problema se nota especialmente en la educación secundaria.
Esto es debido a que, combinado con la siempre difícil de la adolescencia, la Educación Secundaria Obligatoria ESO no ofrece ninguna perspectiva de futuro. Es una etapa educativa en la que los jóvenes (que no niños, esto es algo que me subleva cuando se habla de "niños de 14 años", es de un paternalismo idiota) ven que están perdiendo el tiempo aprendiendo cosas que, o no les interesan o que no son útiles. Consecuencia: ¡más de un tercio de abandono escolar!. Y los que continuan saben que no les ha servido para nada.
La baja exigencia educativa sea hace sentir en cada una de las etapas en que se ha dividido el recorrido educativo. Pero alcanza su máximo en el bachillerato. El bachillerato español es el más corto de Europa, dos años, y en esos dos años hay que meterles a los educandos un cierto nivel para la Universidad. Partiendo de un marca tan baja como la ESO, es algo imposible, con que que a los alumnos se les sobrecarga de contenidos sin estar acostumbrados, y a pesar de eso, sus registros acádemicos son bajos. Y esto repercute en la calidad de nuestras univesidades, que ya es mínima.
¿Y qué decir de la universidad española?. Bajo la influencia política, estas instituciones se han embarcado en una carrera insólita para aumentar el número de campus, facultades y alumnos. Esto significa que un título universitario vale cada vez menos en el mercado laboral. No se puede tener campus universitarios en cada ciudad que se le antoje. No se puede hacer de la universidad un nido de jóvenes adultos que pasan el tiempo "estudiando", en vez de abrirse paso trabajando. No se puede exigir títulos para ocupar determinados puestos cuando tienen experiencia sobrada. ¿En qué cabeza cabe que en un año salgan tantos licenciados en periodismo como se necesitan en toda Europa en una década?
En la próxima entrada, trataré de señalar algunas posibles soluciones de este desolador panorama.
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